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Llega un día en el que hay que botar esos papeles olvidados en un cajón del escritorio, ocupan espacio. Pero algunos se resisten, y con razón. Confidentes silenciosos conjuraron mil demonios y aliviaron mi entonces espíritu atormentado.

sábado, 10 de julio de 2010

... lo mío no es nada

Aquella mañana, nada era como antes; el tiempo parecía detenido. ¿En qué momento había ingresado en mi vida esta nueva circunstancia? No lo sabía o no quise darme cuenta. Ya era tarde para evitarlo, debía afrontar las cosas.

Tomé lo que me interesaba, los acomodé diligentemente en unas cajas y en una maleta, los llevé al auto y partí. Al doblar la esquina comprendí, recién, que era para siempre y sentí una pena profunda.

Cuando volví a reparar en el camino, me detuve para preguntarme a dónde ir. No era el momento de comenzar nada, era tiempo de duelo. Reanudé la marcha, di media vuelta y busqué un hotel. Pero ese día parecía que habían desaparecido todos, así que enrumbé hacia el sur. Al llegar a Cerro Azul compré una gaseosa, bebí un gran sorbo y me dije: a Paracas.

Frente a mí la carretera era una cinta, una cuerda de la que sentía que podía caerme en cualquier momento, pero no disminuía la marcha; algo me llevaba a correr el riesgo.

La pena había llegado con un dolor pequeño, pero con el paso del tiempo: crecía. Parecía que nada podía detenerlo ni la velocidad cada vez mayor que imprimía al sedán. De pronto, frente a mí, en la carretera: dos vehículos, en direcciones opuestas, se encuentran violentamente y uno de ellos vuela por los aires; rebota, da tumbos. El corazón me llena el pecho y no puedo respirar ni proferir palabras, ante mí la tragedia crece y no puedo hacer nada.

Detengo el auto de cualquier manera y me meto en la nube de polvo que envuelve al coche blanco. Tiro de la puerta con todas mis fuerzas, pero no puedo abrirla. El chofer, atontado, tomando mi mano me señala una niña que está en el asiento posterior. Llegan voces y brazos. Abren las puertas. Un diligente señor se ofrece y los lleva al hospital. Más allá, el chofer del otro vehículo, un camión pequeño, sin reponerse aún del susto, se deshace en explicaciones.

Han llegado policías y aún no puedo continuar mi camino. Uno de ellos me mira, se acerca y pregunta: ¿se siente mal?, ¿necesita ayuda? Respondo que no. Todo ha cambiado, el dolor ha desaparecido. Regreso a mi vehículo, doy media vuelta, enrumbo hacia Lima, despacio; pensando: lo mío no es nada.

lunes, 5 de julio de 2010

Solo




Este chilcano no sé si sirve de algo
ni me importa, ahora, sentado a esta mesa.

A pesar de los amigos
y sus: “¿En qué piensas?”
Y mis: “En nada”

Pienso en ti.
Y me gustas en los ojos, en los oídos, en la nariz,
en las manos... en la piel.

¿Qué es? Me pregunto
Esto, que haciendo brillar el sol en mi otoño,
me hace sentirme… solo.

Otoño del 76