La profesora se enojó porque no le gustó una broma que le gastamos.
Ya es invierno; en mallas, además de tiritar y frotarnos el cuerpo y las manos, vamos de un lado a otro buscando generar calor. La maestra ha salido en busca del «objeto» con el que trabajaremos ese día y al verla volver, antes de que lo disponga, comenzamos «haciendo de ella» nuestro «objeto de liberación». Se disgusta mucho y yo no entiendo el porqué. No le hemos faltado al respeto, no nos salimos de las reglas, no le hemos echo daño. Estoy confundido porque según yo, si hubo «falta», sólo consistió en comenzar sin su señal; teníamos frío y queríamos ponernos en acción ya. En fin; soportamos su disgusto y continuamos, pero la atmósfera de la clase no es la misma, por lo menos este día; nos tornamos serios y puntuales en acatar las indicaciones, pero sin alegría. Terminamos, nos despedimos muy formalmente. Ya casi en la puerta, me alcanza Laura y me pide acompañarla al bar porque quiere hacerme una consulta. Llegamos, nos instalamos y pedimos café.
—¿En qué te puedo servir?
—Pero ¡Che! ¿Por qué tan serio? Se te ve tan lindo cuando sonreís.
—(sonrío).
Mientras estiramos el café, conversamos de nada. Al salir, tomados de la mano, enrumbamos hacia Corrientes y, ya en la esquina, le digo:
—Te acompaño a tu departamento.
No sé en qué momento le dije que me hacía falta una ducha.
—En casa tengo una (me informa)
Llegamos. Me baño. Al terminar, me espera con una copa.
—¿Listo?
Fijo mis ojos en los suyos y con gran esfuerzo
—¡Cómo… para qué?
Por toda respuesta, cerrando los ojos, me besa. Entonces, dominado por la sorpresa me hago el chistoso.
—¿Qué? ¿No te gusto?
—¿Por qué?
—¡Cierras los ojos!
—¡Idiota! ¡Besame!
Sólo atino a eso.
—¡Che! ¿Te tengo que enseñar?
Mientras hago que sé, comienzo a aprender. Desde fuera llega la algarabía de un grupo de bullangueros que vuelven de la cancha: ¡Vamos todavía!
Buenos Aires, invierno, año del caballo de tierra