Frecuentábamos el mismo lugar por las mismas razones. Desde el principio tuve que esforzarme para que no me delatara una mirada, una sonrisa, una atención.
Un día dejé de verla sola. Paseaba complacida de la compañía de un galán. Yo, seguía esforzándome porque no me delatara una mirada…
Pero un día que me dirijo a ella y le digo señora… Inclina ligeramente la cabeza, juega con sus cabellos, esboza una leve sonrisa y me informa que es soltera. El corazón me da un vuelco y me parece descubrir una insinuación en su mirada. Entonces me digo que son cosas mías, que me estoy engañando, que veo las cosas mal.
De pronto, en la empresa, una orden de gerencia nos pone en el mismo departamento. Como es habitual, en estos casos, por el trabajo, intercambiamos números telefónicos.
Una noche, me envía un mensaje de saludo que contesto con un emoticón: una flor. En ese momento quedó abierta la aventura, al sueño, a la ilusión. ¿Cuánto futuro tiene? No me importa.
Lima, otoño del 2012