No tenía ganas de salir; el café me arropaba y tenía un buen libro, pero Ava llamó diciendo que pasaba por mí. «¡No! Me voy a la presentación de un libro y luego tengo que atender asuntos que me van a llevar tiempo».
—Entonces, cuando termines… —Y colgó sin dejarme argumentar.
Tuve que salir. Salí pensando: debemos conservar, por lo menos, la amistad; y eso no va a ser posible si seguimos andando juntos.
No hay taxis y quisiera regresar a casa. Me propongo esperar dos minutos; si no aparece ninguno… Apareció uno. Comienza a llover un poco. El taxista es un parlanchín; me habla sin que le dé conversación. Mejor: no me deja pensar en tonterías. Llegamos con algo de lluvia; esta lluvia de Lima que no moja.
Al ingresar, me encuentro con conocidos. «¡Qué bueno! —me digo—, la voy a pasar bien». Pero Alejandro, apenas me vio llegar, se acerca a decirme que ya se debía comenzar, que ya era la hora. Me rectifiqué: «¡La voy a pasar mal!».
Pasamos. Mientras buscaba un lugar para sentarme, me di cuenta de que me miraban. Me puse paranoico. «La mandó Ava», me dije. Pero de pronto me saluda muy afectuosamente y la reconozco; no me acuerdo de su nombre, pero sé que la conozco, y comenzamos una cháchara amena. Se acerca una colega y se la presento, esperando que diga su nombre, pero no lo hizo. No hubo forma: no recordé cómo se llamaba. Ni ahora.
El autor y los presentadores se instalaron en sus lugares y comenzó. Comienza el de la izquierda, el único que lleva corbata; mientras habla del libro que le han encargado, el rostro de los otros se demuda. Me expliqué la causa cuando los escuché: el segundo no había leído el libro, y al tercero le hicieron la tarea. A su turno, el autor se despachó a su gusto, reiteró los asuntos que viene tratando en el seminario y encantó al auditorio.
Compré dos libros y me despedí de los amigos.
Al salir a la calle no había nadie, así que rápidamente me encaminé hacia la avenida Arequipa. Avancé a grandes trancos hacia 28 de Julio. Caminé dos cuadras y escuché, en un grito, mi nombre: era Ava. Desde su carro me mostraba una botella de Marqués de Murrieta. Me acerqué y subí al auto, pensando: «Voy a tener una muy, muy mala noche; y mañana tengo clases y seminario».
Jueves, 17 de setiembre de 2009