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Llega un día en el que hay que botar esos papeles olvidados en un cajón del escritorio; ocupan espacio. Pero algunos se resisten, y con razón. Confidentes silenciosos, conjuraron mil demonios y aliviaron mi entonces espíritu atormentado.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Lluvia, libros, Ava y vino

No tenía ganas de salir; el café me arropaba y tenía un buen libro, pero Ava llamó diciendo que pasaba por mí: «¡No! Me voy a la presentación de un libro y luego tengo que atender asuntos que me van a llevar tiempo». —Entonces, cuando termines —Y colgó sin dejarme argumentar.

Tuve que salir. Salí pensando: debemos conservar por lo menos la amistad y eso no va a ser posible si seguimos andando juntos.

No hay taxis y quisiera regresar a casa. Me propongo esperar dos minutos, si no aparece ninguno... apareció uno. Comienza a llover un poco. El taxista es un parlanchín, me habla sin que le dé conversación; mejor, no me deja pensar en tonterías. Llegamos con algo de lluvia, esta lluvia de Lima que no moja.

Al ingresar me encuentro con conocidos. ¡Qué bueno! Me digo, ¡la voy a pasar bien! Pero Alejandro, apenas me vio llegar, se acerca a decirme que ya se debía comenzar, que ya era la hora. Me rectifiqué: ¡la voy a pasar mal!

Pasamos. Mientras buscaba un lugar para sentarme, me di cuenta de que me miraban. Me puse paranoico; la mandó Ava, me dije. Pero de pronto me saluda muy afectuosamente y la reconozco, no me acuerdo de su nombre pero sé que la conozco y comenzamos una cháchara amena. Se acerca una colega y se la presento esperando que diga su nombre, pero no lo hizo. No hubo forma, no recordé cómo se llamaba, ni ahora.

El autor y los presentadores se instalaron en sus lugares y comenzó. Comienza el de la izquierda, el único que lleva corbata; mientras habla del libro que le han encargado, el rostro de los otros se demuda. Me expliqué la causa cuando los escuché: el segundo no había leído el libro y al tercero le hicieron la tarea. A su turno, el autor se despachó a su gusto, reiteró los asuntos que viene tratando en el seminario y encantó al auditorio.

Compré dos libros y me despedí de los amigos.

Al salir a la calle no había nadie, así que rápidamente me encaminé hacia la avenida Arequipa. Avancé a grandes trancos hacia 28 de Julio. Caminé dos cuadras y escuché, en un grito, mi nombre; era Ava. Desde su carro me mostraba una botella de Marqués de Murrieta. Me acerqué y subí al auto pensando: voy a tener una muy, muy mala noche y mañana tengo clases y seminario.

Jueves, 17 de setiembre de 2009

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