Salgo del correo central de Madrid con una carta en la mano. Contento: me ha escrito. Rompo el sobre y saco un papel. Lo despliego; una persona se acerca, se inclina y recoge un anillo que, sin darme cuenta, cayó del sobre, y me lo entrega. Es la alianza que le di antes de partir. Agradezco y comienzo un paseo que dura todo el día; no quiero detenerme. Llega la noche y vuelvo al hotel.
Me resisto a pensar y no puedo dormir; opto por repasar mentalmente lo que debo cantar al día siguiente, y es peor. En la cabeza sólo me da vueltas una estrofa: «De rosas y yerba buena / le he de llenar el balcón / a la chica morena / por la que sueña mi corazón…».
Madrid, julio de 1990
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